martes, 15 de enero de 2013

EL HOMBRE QUE SABÍA EL DÍA DE SU MUERTE

Una de las principales diversiones en Europa, cuando llega el otoño, es la caza. Anguamente, cuando los padres daban a sus hijos lecciones sobre el arte del bien cazar, solían contarles esta historia.
El joven Conde Rodolfo, hombre saludable y fuerte, de hermosa apariencia, diestro en el manejo de las armas, eximio caballero y hábil cazador, imaginaba que jamás habría de morir o que, al menos, eso sólo sucedería tras muchos y muchos años.
Una Fría tarde de Octubre de 1321 se internó profundamente en el denso bosque, persiguiendo presa que intentaba escapársele. Cuando ya empezaba a oscurecer, atisbó entre los árboles algo que le pareció una pared. Cansado de cabalgar desmontó, se aproximó y vio que se trataba de una antigua capilla abandonada. Entró. Todo estaba en ruinas: vidrieras rotas, bancos volcados, polvo acumulado, murciélagos, etc. "De cualquier manera pensó hay paredes y techo; es mejor que nada." Juntando algunos bancos, improvisó un lecho y, exhausto como estaba, se durmió enseguida.
Entrada la noche, se despertó al oír un sonido de campanas. Sorprendido en extremo, frotaba sus ojos no consiugiendo creer lo que veía: la pequeña capilla se encontraba iluminada y repleta de fieles.
En el altar, un sacerdote celebraba la misa. Cerca del presbiterio, había un ataúd. era, pues, una misa de cuerpo presente, concluyó él.
Discúlpeme, señora, ¿en intención de quién se está celebrando está misa? pregunto.
¿vuestra Señoría no sabe quien ha muerto?
Es un noble caballero de la región de Zúrich, que se perdió en el bosque durante una caería y que ha sido encontrado muerto hoy... Día 26 de Octubre de 1371.
El conde Rodolfo se estremeció por entero. Con un extraño presentimiento, quiso saber quién era ese caballero. Se aproximó al féretro, levantó el velo que cubría el rostro del difunto y... sintió un terrible escalofrío. ¡El muerto era él! estaba ya envejecido, es verdad, pero no había duda alguna de que era él mismo quien estaba en aquel ataúd.
Dando un grito de susto... despertó.
Notó entonces que aquel terrible sueña era un aviso del cielo: moriría exactamente dentro de 50 años.
Salió de la Iglesia y regresó al espléndido castillo de su familia, donde se iba a realizar una fiesta.
En medio de la alegrías y de las diversiones, pensó:
"50 años es mucho tiempo. ¿sabes una cosa? voy a hacer una división inteligente: los primero 25 años gozaré la vida, y los oros 25 restantes me prepararé en seriamente para la muerte".
De está manera, pasó 25 años divirtiéndose con cacerías, fiestas, placeres, el Conde decidió "Bien, bien, 25 años es tiempo de sobra para prepararse para la muerte, así, los próximos 15 años serán una prolongación de los 25 que ya se han ido. Cuando falten 10, ahí entonces sí, me preparé seriamente".
Y así sucedió... pasaron 15 años más de placeres, que transcurrieron aún más rápidos, que los 25 años anteriores. Con cada término de plazo, el Conde hacía una nueva "división inteligente" del tiempo restante, llegando, de está manera al postrero mes de su vida.
¡un mes apenas! era preciso, por lo tanto, despedirse de los familiares y amigos. Envió una carta a todos los nobles vecinos, invitándolos a una gran cacería. A los 25 días, se encontraban todos reunidos en su castillo. Fueron tres días de intensa conmemoración.
¡ahora tan sólo restaban dos días!
No puedo dejar ir a mis invitados sin un banquete de despedida pensó el Conde. Y marcó una monumental comida para el día 25 de Octubre, ¡su último día de su vida!
tras el banquete, sintió la necesidad de descansar un poco para pode, así hacer una buena confesión. Cuando estaba ya acostado, sintió los primero dolores de la muerte inminente; llamó a un criado y, con su voz cavernosa, mandó que trajera enseguida un sacerdote.
El fiel siervo corrió al pueblo cercano, procurando al párroco. Mientras tanto, el Conde Rodolfo que había desperdiciado 50 años de plazo para prepararse empezó a ver bultos que se movían en torno a su cama, como que esperando el momento de llevarlo al infierno. Jadeando, observaba la ampolla del reloj de arena, casi agotándose. Cuando faltaban apenas cinco minutos para la media noche, escuchó el ruido del carruaje que se aproximaba, trayendo al sacerdote.
¡Demasiado Tarde! !Antes de entrar éste, sonó la primera campanada que anunciaba el nuevo día!
Desesperado, el Conde soltó un horrible alarido, y... se despertó de verdad. Con gran alivio, notó que estaba frente al crucifijo enmohecido de la capilla en ruinas, en mitad del bosque, donde había entrado para reposar unas horas antes.
Todo pasó de un sueño. ¡De un mero sueño, no! pues el joven Conde Rodolfo se tomó en serio el misericordioso aviso. De ahí en adelante, siguió decididamente el camino de la virtud y de la devoción a la Santísima Virgen. Mediante el examen de conciencia diario y por la confesión frecuente, se mantuvo preparado para el último y más importante día de su vida: el día de su encuentro con Dios.

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